Psicoterapia individual y parejas desde 1982

EL PADRE: FUENTE DE ESTABILIDAD Y ARMONIA. UNA MIRADA ECOLÓGICA.

Xavier Serrano Hortelano.

Modificar las formas de relación en los sistemas familiares, educativos y sociales puede potenciar la humanidad de nuestros hijos y contribuir a que de adultos vivan su paternidad y maternidad de forma distinta.

Un paciente me contaba que su padre, días antes de morir, le confesó llorando cómo toda su vida había luchado para que sus hijos tuvieran cubiertas sus necesidades económicas, a lo cual había dedicado la mayor parte de su tiempo. Pero ahora se daba cuenta de que había olvidado algo mucho más importante: compartir momentos, afectos y acompañar sus procesos de crecimiento.

Su relato me caló profundamente, en cuanto que refleja el drama de muchos hombres insatisfechos con su rol familiar pero incapaces de modificarlo, por múltiples circunstancias. Desde hace unas décadas los cambios sociales generados en la sociedad occidental han tenido una gran repercusión en el sistema familiar imperante, claramente patriarcal, en el que, por lo común, el padre se caracterizaba por mantener una convivencia mínima con sus hijos —justificada por exigencias laborales— marcar las pautas morales, y ser la fuente económica familiar.

La incorporación de la mujer al mercado laboral, la legalización de algunas libertades sexuales, el uso generalizado de anticonceptivos, entre otras cosas, trastocaron los roles establecidos, generando así dinámicas diferentes.

Muchos padres, como el que describo, -al cobrar conciencia de las consecuencias psicológicas y emocionales que sus comportamientos habían generado - rigidez caracterial, miedos, bloqueos afectivos y emocionales-, intentaron cambiar la forma en que se habían relacionado con sus hijos, compartiendo con ellos afectos y experiencias cotidianas a través de una mayor comunicación, respeto y tolerancia.

Si bien, la falta de modelos de referencia y sus límites caracteriales, les impidió, en gran medida, llevarlo a la práctica. Para evitar entrar en contacto con su torpeza, impotencia y fracaso, buscaron refugio en sus quehaceres laborales y sociales para los qué habían sido educados y dónde se sentían cómodos y seguros. Pero la realidad dela mujer también había cambiado y ya no aceptaban ese tipo de conductas, entre otras cosas porque no disponían del tiempo necesario para mantener el rol materno clásico. Todo lo cual cual generó crisis individuales y en las parejas, así como serios conflictos familiares, que siguen presentes en la actualidad.

La llamada crisis del varón se refleja también en la del padre. Se rechaza el modelo de referencia clásico pero todavía no se ha interiorizado una identidad nueva, en la que ya no tengan cabida las actitudes frías, rígidas, machistas, autoritarias e individualistas.

Para conseguirlo, dentro de la senda de la Ecología de los Sistemas Humanos”, hay que hacer un esfuerzo para modificar las formas de relacionarnos en los sistemas familiares, educativos y sociales, potenciando así, la humanidad de cada uno de nuestros hijos. Sustituyendo los roles de los dos miembros de la pareja por la complementariedad de sus funciones en un ambiente de intimidad y complicidad. Precisamente, al crecer en esas atmósferas ecológicas, será como, de forma automática, instintiva, sin grandes esfuerzos ideológicos, vivirán también, de adultos, su paternidad y su maternidad de manera radicalmente distinta.

Y en esa tarea titánica los padres tienen un papel fundamental. Para su desarrollo es fundamental tomar conciencia de la nueva situación. Asumir la torpeza, la ignorancia y los límites. Mirar al pasado para entender el presente. Dejar la puerta abierta a la duda, la escucha interior y al encuentro con el instinto. Todo lo cual estimulará el desarrollo de actitudes sinceras, tiernas y afectivas en la relación con sus hijos.

Asimismo, es necesario recabar información, consultar con profesionales y participar en actividades y espacios grupales relacionados con el tema, aun cuando la mayoría estén formados por mujeres. Puesto que, por lo general, será con su compañera, con aquella que le reconoce como padre, con quien compartirá la aventura de la crianza.

Durante el embarazo, es importante contribuir en la organización de un espacio estable, tanto a nivel económico y social como emocional, donde la mujer se sienta cómoda, acompañada, segura, amada. Viviéndolo, por ello, de una forma mucho más plena. Lo que potenciará la comunicación empática y bioenergética con su bebe, generarando, a su vez, un circuito energético y un vínculo afectivo entre los tres. Los mimos, las caricias corporales la sexualidad contribuyen a ello. Como también lo hace la expresión verbal del padre, en cuanto que su voz, al tener una modulación más grave, tiene ya un impacto en el feto, que la recibe, a través del sistema vestibular ecualizada por el líquido amniótico.

Si se mantiene esa armonía, la posterior experiencia compartida del parto será decisiva para el afianzamiento de dicho vinculo-apego en cuanto modula variables globales. Puesto que, como escribió hace ya algunos años el obstetra ecológico Michel Odent, “cuando el padre esté presente e implicado afectivamente en los partos, la humanidad empezará a cambiar, tal es el impacto emocional que provoca esa experiencia”.

Compartir en pareja esa danza vital de emociones y pulsiones que supone el duro y mágico proceso del parir, respetando ritmos y procesos. Acoger a cada uno de mis tres hijos en mis brazos, sentirlos, mirarlos, olerlos, mecerlos y devolverlos a su espacio vital, su madre, han sido seguramente, las experiencias mas maravillosas, poéticas, trascendentes e inolvidables de mi vida.

Durante los primeros meses la díada madre-bebe puede ser apasionante: dependencia mutua donde casi nada más existe… El padre está presente, pero no se inmiscuye. Protege, apoya, y pone los medios para que se den las condiciones propicias para establecer ese espacio vincular, de vital importancia para el bebe. Es el periodo donde deben coexistir tres sistemas: la pareja madre-bebe, la pareja madre- padre y el famiiar. Progresivamente se irá disolviendo la primera siendo directamente requerido por su hijo. El cual va yendo de uno a otro: mamá, papá, teta, mundo, dentro, fuera… amor bidimensional, complemento funcional, manantial de Vida.
Vemos pues que, en cuanto las necesidades de la crianza cambian, también lo hacen sus protagonistas principales. Por ello, desde la concepción hasta el primer año de vida la función maternal (bioenergética y biosocial) es imprescindible para la vida del bebé, de ahí su denominación de “primaria”. Al ir madurando, deja de serlo, cediendo así más protagonismo a la función paterna (psicosocial). Protagonista secundario dentro de una jerarquía temporal que permite un proyecto sostenible, lo que identifica una crianza ecológica, donde la colaboración el apoyo, el respeto y el reconocimiento de las funciones de cada cual son algunas de sus señas de identidad.

Compartiendo capacidades podemos, pues, cubrir las necesidades del bebé–mamífero humano, que al ser cada vez más complejas van a requerir la participación de otras personas. Hermanos, abuelos, “doulas”, educadores, familiares, amigos, generando así un espacio cada vez más “tribal”. Donde cual tiene su función, pero siempre procurando mantener un patrón común tanto en la forma de relacionarse como en la de educar.

Ya con tres o cuatro años, durante los encuentros sociales en el parque o en los primeros días de escuela, el padre los acompaña, modula la relación social, refuerza y reconoce su espacio, su capacidad de reivindicar sus necesidades y de compartirla con sus otros iguales.
Hace de puente, en suma, entre el espacio íntimo (pareja-familia) y el espacio social (grupos-escuelas)

Constatamos que, a esa edad, ante una caída, un golpe o una agresión, busca la protección del padre, mientras que durante los primeros meses el consuelo lo facilitaba el contacto con el cuerpo de la madre. Por ello, un grito de alerta, un límite necesario ante un peligro lo recibe e interioriza mejor si proviene del padre.

Conforme va madurando, las inclinaciones y funciones dejan de ser tan evidentes y el sistema familiar se mueve en una danza más circular. Los hijos van creciendo en ese ambiente de colaboración y compenetración que debería existir también en los espacios escolares y en otros ámbitos sociales, lo cual permitiría un pasaje a la adolescencia mucho más suave y el desarrollo de estructuras con todas las capacidades propias del ser humano, del “ser persona”, como le gustaba señalar al filósofo francés Henri Bergson.

No cabe duda que nuestros límites caracteriales y la realidad social, laboral y cultural entorpecen esta perspectiva un tanto utópica. Pero es en la que debemos apoyarnos para poder realizar los cambios necesarios y sostenibles hasta alcanzar los objetivos requeridos. En esta ocasión recuperar la función real del padre.